La distancia con la conexión digital: entre el silencio y las redes.

La distancia con la conexión digital

Este texto ha tardado en llegar.
No por falta de ganas, sino porque se ha ido construyendo poco a poco, como se tejen los pensamientos que no tienen prisa.

Desconectarme para observar

Siempre llevo una agenda conmigo. En ella escribo, dibujo, registro ideas… una mezcla de muchas cosas.
Entre esas páginas surgió, hace más de cuatro años, la reflexión sobre cómo me relaciono con las redes sociales.
Recuerdo que se enlazó con un libro que me marcó desde el título: Contra la doctrina del shock digital, de Adrián Almazán y Jorge Riechmann.

De ese libro anoté algunas frases que aún me resuenan:

“La tecnología es hoy política, y eso es algo que no podemos obviar. Los imperios de antes dominaban territorios; los nuevos dominan mentes.”
—Renata Ávila, citada en el libro.

“El catedrático Antonio Izquierdo Escribano advierte: la informatización de la sociedad nos aísla, nos deshumaniza y, contra las apariencias, aumenta la desigualdad social. La enorme concentración de poder que rige el capitalismo digital fortalece la burocracia, succiona la democracia y desintegra la comunidad humana…”

Tengo muchas notas de ese libro, pero solo comparto las que hoy siento más cercanas a lo que quiero contar.

Un texto tejido a lo largo del tiempo

Este texto, tardío y entretejido con frases, ideas y conversaciones, se fue armando sin plan.
Simplemente necesitaba madurar.

Recuerdo con claridad un día en la estación de Chamartín, esperando un tren para ir al trabajo.
Lo sé porque está registrado en mi libreta, con fecha y todo.
Ahí escribí lo que me incomodaba de Instagram.

Como muchos saben, tengo un proyecto llamado PETUS DESIGN, donde exploro mi identidad y sentido desde el diseño.
Lo que no imaginé fue que compartir ese proceso —que para mí era un registro creativo y personal— implicaría convertirme, sin darme cuenta, en creadora de contenido.
De repente había métricas, frecuencia de publicaciones, algoritmos, constancia… y una sensación de tener que estar siempre conectada.

Así apareció una incomodidad: la de publicar más por obligación que por deseo.
Instagram —la red que más ruido me hace— comenzó a pesarme.

El ruido de la validación

Sin notarlo, empecé a diseñar más pensando en cómo se vería en redes que en el proceso mismo de creación.
Los “likes” se convirtieron en pequeñas validaciones externas.
Y aunque el algoritmo cambiaba constantemente, la sensación era la misma: si no publicaba, no existía.

Me di cuenta de que estaba buscando fuera la validación de algo que antes nacía desde dentro.
Y eso me incomodó profundamente.

El escrutinio constante también me pesaba: comentarios sobre lo que hacía, cómo, por qué, la ropa que usaba o el lugar donde grababa.
Incluso mi cuenta personal —donde registraba momentos, fotos y pensamientos— empezó a perder naturalidad.

Aunque era un perfil privado, las interpretaciones sobre lo que compartía eran múltiples: felicitaciones cariñosas, críticas disfrazadas, imitaciones o juicios.
Entonces entendí el verdadero peso de la identidad digital: esa ilusión de que otros “saben” quién eres a partir de una fracción de imagen.

Agobiada, desinstalé las redes por primera vez.
Una semana sin ellas.
Observé con atención qué sentía y qué hacía con ese tiempo.

Reaparecer con intención

Descubrí que pasaba unos 30 minutos diarios en redes, repartidos en pequeños momentos.
Y que, sin ellas, hacía casi lo mismo: leía, trabajaba, tomaba fotos.
Solo que con otra calma, sin el ruido constante del mirar y ser mirada.

Me preocupaba más por PETUS DESIGN que por mi cuenta personal, pero decidí mantenerme desconectada unos días más.

El miedo a “perderlo todo”

Cuando volví, lo hice con más calma.
Pero con el tiempo, la incomodidad regresó.
El ojo escrutador, la “policía” de las redes, las penalizaciones por no publicar con frecuencia… todo seguía ahí.
Y las novedades no paraban: reels, música, carruseles, métricas nuevas.

Así que decidí eliminar las cuentas.
Y apareció la famosa advertencia:

“¿Estás segura de que quieres eliminar tu cuenta? Tienes 30 días para volver antes de perderlo todo definitivamente.”

Esa palabra —perder— me quedó rondando la cabeza.
¿Qué era, exactamente, lo que iba a perder?
¿Tenía guardadas las fotos? ¿Realmente perdería algo?

Acepté.
Y durante esos 30 días volví a pensar.

Buscar otras formas de compartir

Abrí entonces un Patreon, sin saber si funcionaría ni si sería sostenible.
Me preguntaba:
¿Quién me verá?
¿Podré mantenerlo?
¿Valdrá la pena compartir de otra manera?

Comencé con muchas preguntas. Algunas siguen conmigo; otras han cambiado de forma.
Y en medio de todo, he tenido que lidiar con el síndrome del impostor, esa voz que te susurra que no haces suficiente, que no haces bien.
Pero el amor y la confianza de quienes me rodean me han sostenido.

He borrado las redes unas ocho o diez veces (ya perdí la cuenta).
Hoy las tengo nuevamente, aunque mi relación con ellas es distinta.
Ahora me fijo más en la intención con la que entro y cuido el tiempo que paso allí.

Tal vez eso me haya quitado algunas “oportunidades” o me haya distanciado de amistades que viven intensamente en lo digital.
Pero sigo en este proceso.

No estoy del todo segura de la forma de este texto —ni de muchas cosas—, pero sentí que era el momento de escribirlo.
Porque sé que no soy la única.
Varias de mis amistades han pasado por lo mismo, y creo que entre todos podemos entretejer redes que sí sean sociales, colaborativas, humanas, y más acordes con nuestros ritmos y sentires.

Gracias por leerme 🌿

Stefany

  1. Avatar de Catalina
    Catalina

    Estoy de acuerdo con la lectura. Hay momentos en los que las redes sociales te saturan, y llegas a un punto en el que ya no sabes por qué estás ahí. Lo que compartes deja de ser por gusto y pasa a ser una búsqueda de likes o, como bien se dice, de validación.

    En mi caso, trabajo con redes sociales, así que no puedo desprenderme de ellas por completo. Entiendo la frustración de querer alejarse y, al mismo tiempo, tener que seguir presente porque uno tiene un negocio que necesita publicar constantemente. Es una realidad: si no apareces en redes, prácticamente no existes.

    También está el tema del FOMO, ese miedo a perderte algo. Por eso, en algún momento decidí tomarme un descanso de mis redes personales y enfocarme únicamente en las redes de las empresas. Porque incluso quienes trabajamos en este mundo y entendemos su importancia, llegamos a un punto en el que se desdibuja quiénes somos realmente.

    Uno no es un like ni un comentario. Habrá personas a las que les caigamos bien y otras a las que no, y está bien. A veces es necesario alejarse de tanta información, de tanta imagen, de tanto “querer ser”, y dedicar tiempo a mirar hacia adentro, a reencontrarse con uno mismo.

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  1. Avatar de Catalina

    Estoy de acuerdo con la lectura. Hay momentos en los que las redes sociales te saturan, y llegas a un punto en el que ya no sabes por qué estás ahí. Lo que compartes deja de ser por gusto y pasa a ser una búsqueda de likes o, como bien se dice, de validación.

    En mi caso, trabajo con redes sociales, así que no puedo desprenderme de ellas por completo. Entiendo la frustración de querer alejarse y, al mismo tiempo, tener que seguir presente porque uno tiene un negocio que necesita publicar constantemente. Es una realidad: si no apareces en redes, prácticamente no existes.

    También está el tema del FOMO, ese miedo a perderte algo. Por eso, en algún momento decidí tomarme un descanso de mis redes personales y enfocarme únicamente en las redes de las empresas. Porque incluso quienes trabajamos en este mundo y entendemos su importancia, llegamos a un punto en el que se desdibuja quiénes somos realmente.

    Uno no es un like ni un comentario. Habrá personas a las que les caigamos bien y otras a las que no, y está bien. A veces es necesario alejarse de tanta información, de tanta imagen, de tanto “querer ser”, y dedicar tiempo a mirar hacia adentro, a reencontrarse con uno mismo.

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